Salvando a la infancia del azúcar… y a la industria láctea del veganismo

El otro día me volvieron las ganas de leer sobre nutrición. En especial, me dio por rebuscar información sobre un proceso muy común en la industria alimenticia: la hidrólisis o dextrinización. Empecé a familiarizarme con estos términos gracias al fantástico libro de la pediatra Miriam Biarges, Mi familia vegana.

Encontré un informe que me emocionó por la temática y el título: Mi primer veneno. La gran estafa de la alimentación infantil. Y es que la dextrinización ha triunfado en la llamada alimentación infantil, ese filón que descubrió la industria a principios del s. XX y que ha colado la comida basura en los potitos. Cuando hablamos de cereales hidrolizados nos estamos refiriendo a cereales cuyo almidón, tras un proceso químico, se ha roto convirtiéndose en glucosa. Dicho de otra manera: tomamos el azúcar directamente.

Mi primer veneno es un informe redactado por Justicia Alimentaria en el 2018. Se escribía como manifiesto y texto científico para desbancar un fraude conceptual y un timo alimenticio: que las niñas y niños necesitan una alimentación especial hecha en laboratorio que, encima, es malsana pero se apoya en una potente maquinaria publicitaria e inmorales pactos con asociaciones de nutrición capaces de convertir el veneno en maná. El informe me ha hecho reflexionar sobre cosas que me habían pasado desapercibidas. Por ejemplo: ¿por qué se venden los potitos y las papillas mayormente en farmacias? Como hija de farmacéutiques, la costumbre de ver los tarros en las estanterías me había bloqueado el cuestionamiento. Intuyo que por detrás habrá intereses económicos añadidos, pero lo que dice el informe no es baladí: se está fomentando una medicalización de la comida para las personitas pequeñas, como si estuvieran enfermas. Adultocentrismo aplicado a la industria alimenticia. Otro aspecto, esta vez sobre el que llevaba devanándome los sesos algún tiempo, tiene que ver con las etiquetas de los productos que dicen “0 azúcares añadidos” o “azúcares naturalmente presentes”, pero el porcentaje de azúcar te hacía pensar que había trampa. Y es que la hay: con la dextrinización, los azúcares están naturalmente presentes pero artificialmente predigeridos. Es una cuestión de márketing lingüístico.

Comenzamos con la lectura crítica. Me voy a centrar en una serie de párrafos dentro del apartado “El tinglado de las leches de crecimiento” (pág. 19). Con estas líneas, me quedaba claro que el informe no era solo ese grito desesperado de ¡salvemos a la infancia del azúcar!, sino que resonaban otros ecos: ¡… y salvemos a la industria láctea del veganismo! Es irónico, si no una prueba manifiesta de que el informe no está tan depurado de la publicidad como creía, que un texto de 40 páginas que desmiente mitos alimenticios perpetúe otros. Los de la leche:

La leche, materna al principio, y la de otras especies después es un alimento fundamental en la dieta infantil. A partir del primer año de vida, el bebé ya está preparado para consumir leche de vaca.”

Estas dos oraciones no son en absoluto inocentes. En primer lugar, hay una imprecisión premeditada cuando se menciona la leche “de otras especies”. ¿De cuáles? De yegua, rata, perra, camella… ¿no? Obviamente, se refiere a las leches de las hembras de las especies que la industria ha explotado: vacas, ovejas y cabras. ¿Por qué no lo especifica? Me parece que la intención es doble: deja la puerta abierta a catar otras tetas más exóticas mientras se desliga de la industria en un postureo de objetividad. Siguiente sorpresa: “fundamental en la dieta infantil”. Esto es una contradicción flagrante si tenemos en cuenta la premisa del informe: que no hay nada que podamos llamar “dieta infantil” porque, a partir del destete, la alimentación es la misma que debería ser para la persona adulta salvo por modificaciones lógicas (¡¡que no se nos atragante!!) y ajustes en la cantidad de nutrientes. Entonces, ¿cómo se come el que no haya comida infantil cuando hablamos de los laboratorios pero sí cuando hablamos de la leche? En tercer lugar, la edad: dice que a partir de un año, pero calla el porqué. El motivo de que no se recomiende dar leche no humana a bebés más pequeños es porque el estómago no está maduro y de hecho puede favorecer la aparición de alergias. Tan fundamental, tan fundamental…

El mercado hace la pregunta: ¿De verdad estáis seguras de que la leche de vaca es buena opción o hay cosas mejores? Las empresas que fabrican las leches de crecimiento han expandido esta duda porque de la respuesta depende su negocio.”

Es inquietante que el informe cargue el peso de la culpa ante la caída en picado de la industria de la leche en los laboratorios que hacen comida para bebés, cuando lo cierto es que sectores de la nutrición y del veganismo llevan años investigando los efectos de la leche sobre la salud y desaconsejando su toma. Algunos títulos sobre este tema que podéis encontrar en Veganografía son Leche que no has de beber y La trampa del queso. El informe sigue:

“No hay que olvidar el descrédito galopante que se ha instaurado sobre la leche de vaca debido, en parte, al boom de los preparados vegetales que intentan sustituirla. Las mal llamadas leches vegetales (avena, soja, almendra o incluso alpiste), que no son otra cosa que bebidas hechas a partir de esos ingredientes, pero en ningún caso leche, incrementan sus ventas a un ritmo del 15 % anual, al mismo tiempo que la leche cae en picado.

¡¡Fijaos, incluso alpiste!! El veganismo es abyecto… Sobre ese ubicuo malestar que inunda a la gente cuando se resignifica la palabra tradicional de un alimento, en lugar de que moleste el maltrato animal que se esconde en la versión original del plato, solo remito al reciente tweet de la RAE, más vegan-friendly que nunca:

Seguimos con el lamento de las cifras:

En 15 años hemos pasado de prácticamente 100 litros per cápita a 70 el año pasado, un 30 % menos. El cambio de hábito en el consumo se puede atribuir de manera casi exclusiva al factor salud. Y es que, efectivamente, existe un porcentaje de la población intolerante a la lactosa, pero eso no explica ese viraje tan acusado en el consumo.”

La expresión “intolerancia a la lactosa” es algo que oímos constantemente, sobre todo en consulta. Pero hay una alternativa más fiel a la realidad que encontré leyendo a Élise Desaulniers: “persistencia de lactasa”. ¿Por qué? Porque la lactasa, enzima que se encarga de la lactosa, va desapareciendo tras el destete. Ese porcentaje de la población “intolerante a la lactosa” no es ni mucho menos minoritario en el mundo. Solo depende de dónde se coloque la lupa en el mapa. Vamos a echar un vistazo al informe The Interrelationships between Lactose Intolerance and the Modern Dairy Industry: Global Perspectives in Evolutional and Historical Backgrounds (2015), en la revista Nutrients:

Grupo humanoPorcentaje de intolerancia
Holandeses1%
Europeos en Australia4%
Británicos5-15%
Italianos (centro)19%
Indios20%
Aborígenes de Australia85%
Bantúes89%
Asiodescendientes en América90%
Chinos95%
Asiásticos (sudeste)98%
Thais98%
Nativos de América100%

La expresión «intolerancia a la lactosa” patologiza un desarrollo natural del cuerpo porque a la industria láctea, y a algunos sectores de la nutrición a su merced, le conviene atrapar a la población sin persistencia de lactasa. La campaña de venta se prolonga incluso en cómo llaman a la leche «sin lactosa»: no es que se les haya quitado la lactosa, sino que se les ha añadido lactasa para que esta la digiera por ti. Pero “leche con lactasa” no vende tan bien como “leche sin lactosa”, ¿verdad?

“Así, mientras el sector de las bebidas vegetales sustitutivas de la leche genera un volumen de 200 millones de euros anuales, la ganadería familiar agoniza y está a un paso de echar el cierre.”

El juego sucio aquí es apelar a la agonía de la ganadería familiar, como si la leche que consumiéramos procediera mayormente de vacas felices que viven y corretean en terrenos gestionados por una familia que las trata con capricho y mimo (antes de mandarlas al matadero, que ahí desaparece definitivamente el amor). Pero la realidad es bien distinta. Según datos de Igualdad Animal, 800.000 vacas son explotadas en la industria cada año solo en España. De ellas, un 60% vive encadenada y un 25%, con cojera crónica. 85.000 terneros son enviados al matadero en nuestro país y la media que pasa una madre con su hijo es de 24 horas. Todo para que la leche llegue al vaso de un humano que ni siquiera la necesita. Si hay un responsable del desplome de la ganadería extensiva es la ganadería intensiva junto con el auge de la conciencia social.

No entraremos ahora en el fondo de la discusión sobre si la leche es saludable o no, un debate público que tiene poco de científico y mucho de mitología diversa, y que está provocando ese cambio de hábitos.”

¡Pero entrad, por favor, entrad en la cuestión! El informe va de salud, ¿o no? Apelando a «la ciencia», calificando peyorativamente la opinión contraria de «mito»… todo ello cuando este informe pone en el punto de mira cómo tantos estudios científicos están financiados por grandes empresas que quieren poner un sello de calidad en sus productos.

«Un ejemplo sería el argumento de que la especie humana es el único mamífero que sigue consumiendo leche a edad adulta. Sin embargo, no es un argumento muy convincente, ya que también somos el único mamífero que lleva gafas y olvida que, si como especie podemos seguir tomando leche más allá de la lactancia, es porque la mayor parte de la población tenemos enzimas que nos lo permiten, a diferencia del resto de nuestros colegas mamíferos.”

Según Justicia Alimentaria, eso de que no es natural es insostenible si…  usamos gafas. El contraargumento es de primero de especismo. La comparación resulta demagógica porque cuando la no necesidad converge con la ética, apelar a que algo no es natural sí parece legítimo. Para que yo use gafas, que además me permiten ver y mejoran por lo tanto mi calidad de vida, ningún otro ser sintiente es torturado y finalmente asesinado, como sí ocurre con la leche. La comparación no tiene sentido, solo rabia ante la realidad de que el veganismo esté atrayendo cada vez a más personas con voluntad de justicia y que se niegan a colaborar con una industria aberrante que produce tanto sufrimiento gratuito. Eso de que “la mayoría de la población” tenga persistencia de lactasa ya hemos visto que se trata de un ajuste etnocéntrico que se fija en las poblaciones que mejoran las estadísticas.

Cuando acabé el informe, me quedó un regusto amargo. ¿Cuántos padres y madres, después de haberlo leído, se habrán concienciado sobre lo insano de tomar azúcar al mismo tiempo que hayan sido convencidos de que la leche tiene que reintegrarse con fuerza en la alimentación de sus hijas e hijos? La independencia científica de Mi primer veneno es un logro a medias. Pero a la industria láctea y a sus injerencias les queda poco tiempo de vida.